Filosofía Política Sociología

ACERCA DE LA POLARIZACIÓN SOCIAL

Cualquiera puede constatar que, lamentablemente, la violencia tiene su propia lógica y se alimenta de sí misma: el violentador ejerce su acción contra el objeto de su violencia, luego éste reacciona y, por último, el violentador original responde con más violencia. Esto es lo que se conoce como ‘efecto de espiral’.

Por otra parte, algunos resultados de estudios de los procesos psicosociales empíricos muestran que quienes se encuentran enfrentados en la espiral de la violencia tienden a percibirse mutuamente de manera negativa. Esto es lo que ciertos autores denominan imagen especular. Martín-Baró, basándose en Bronfenbrenner (1961) y White (1961, 1966), dice que, tanto de un lado como del otro, las personas atribuyen a su grupo (endogrupo o ‘nosotros’) las mismas características formales positivas y los mismos rasgos negativos al que han identificado como enemigo (exogrupo o ‘ellos’).

Los humanos son criaturas estúpidas que prefieren sentimientos que razón.


En el proceso de desarrollo de la espiral de la violencia, la persona o grupo social adopta una postura tal que supone la referencia negativa a la postura de otra persona o grupo considerado como rival. No se trata de un fenómeno circunstancial, unidireccional y estático, sino que, por el contrario, es dinámico y se manifiesta de igual forma en los dos polos de la confrontación. Acercarse a uno de los polos implica alejarse del otro, a la vez que rechazarlo de un modo activo.

Al producirse esta polarización, la persona se identifica con uno de los grupos del conflicto, percibe el problema de la misma forma y rechaza la postura opuesta, así como a las personas que la sostienen.

Desde el punto de vista cognoscitivo, la persona así polarizada reduce su percepción acerca del grupo rival a categorías simplistas y muy rígidas, que apenas contienen una mínima identificación grupal y una caracterización de orden moral.

La polarización social es, por esencia, un fenómeno grupal que ocurre sobre el trasfondo de una sociedad escindida y que involucra la elaboración ideológica de unos intereses. Unos y otros ponen la bondad en la postura de su grupo y la maldad en la ajena, de manera que la imagen se refleja de un grupo a otro y solo cambia el término de la predicación. Pero no necesariamente ambas son igualmente verdaderas o falsas. Es posible que una de ellas se acerque más a la realidad objetiva que la otra.


Estos esquemas simples, derivados de la polarización, son tanto más simples y rígidos cuanto mayor sea el alejamiento y oposición entre los grupos. Estos esquemas simples y rígidos constituyen los estereotipos sociales, que no solo canalizan cognoscitivamente la polarización, sino que la refuerzan y aumentan. De hecho, los estereotipos tienen la virtud de hacer posible y aun de generar aquello mismo que afirman. Los estereotipos constituyen “imágenes en nuestras cabezas” que mediatizan nuestras respuestas conductuales hacia el medio ambiente, según Walter Lippman.

Los estereotipos, según Martín-Baró, cumplen cuatro funciones sociales: en primer lugar, orientan cognoscitivamente a la persona, determinando qué datos de la realidad va a captar, cómo los va a recibir y cómo los va a interpretar; en segundo lugar, contribuyen a que la persona preserve sus valores, precisamente al sesgar su percepción de la realidad, descartando la información conflictiva y privilegiando la información más confirmadora; en tercer lugar, contribuyen a la ideologización de las acciones colectivas, explicando sus “verdaderas” causas y ofreciendo su justificación moral, y, por último, mantienen la diferenciación social de bondad y maldad, de “buenos” y “malos”, en una referencia mutua y dinámica de los grupos sociales, que incluso puede cambiar de acuerdo con las circunstancias y necesidades.

El estereotipo por excelencia en las situaciones de polarización social es el de “el enemigo”. Sirve para encarnar la causa de todos los males sociales y para justificar las acciones en su contra, que de otro modo resultarían inaceptables ética y políticamente hablando. El enemigo también permite afirmar la propia identidad grupal, reforzar la solidaridad y el control al interior del endogrupo, y ser esgrimido como amenaza permanente para movilizar los recursos sociales hacia los objetivos buscados por el poder político establecido.

Este estereotipo puede desempeñar un papel significativo en el desarrollo de un conflicto, en la medida en que contribuye a endurecer la polarización y a bloquear los mecanismos de comprensión y acercamiento entre los rivales.